Ciclistas y aficionados que la sierra se cruzáis
que me gustaría contarles lo que era nuestra sierra
cuando en ella se vivía
aquellas piaras de cabras que la sierra mantenía
con aquellos montes de jaras donde el lobo se escondía
el jabato se encamaba y los zorros se enmadrigaban
con aquellos majadales que cercados se tenían
todos cubiertos de encinas donde el cochino se echaba
y ya gordo se sacaba para hacer las matanzas
y las familias reunidas unas a las otras se ayudaban
¡que buenos días se pasaban¡.
Aquellas umbrías de alcornoque que después de las bellotas,
la corcha que nos ofrecían,
en bestia se acarreaban a una fábrica que había
en la estación de Escacena,
de la que recuerdos quedan todavía
su famosa chimenea
la que el agua calentaba
y por una tubería a los pilones llegaba
en donde era cocida para poder ser prensada
Quedan sus hermosas nave con sus canales moriscas
donde los fardos se guardaban y las maquinas trabajaban.
Está la casa del dueño
con su bonita terraza donde sentado veía
los trenes que llegaban y los trenes que salían,
pues todo esto, de nuestra sierra salía.
¡ Vámonos para ella que contar nos queda todavía¡.
Nos metemos en las cañales donde los huertos se hacían
cuantos árboles frutales,
cuanta verza se cogía,
todos sus pozos tenían,
donde las mujeres lavaban
y los chiquillos jugaban
porque escuela no tenían.
Salían por las mañanas con la ropa en la cabeza
y su cubillo en la mano,
los chiquillos por delante
me acuerdo del Olibero
aquel mastín que un burrillo parecía,
y manso como un cordero
junto con los zagales siempre llegaba el primero
de cuando en cuando ladraba
para que por sus alrededores nadie se le acercara
Debajo de un alcornoque una panera ponían
y su gran resfregador.
La candela se encendía
y la canasta de colar que sus cantares tenia:
“La canasta de colar ay, ay, ay ah!”
El Abuelo y su escopeta
con su perra CHIRIBANA
el Curruco y la Paloma sus vueltas por allí daba
se sacaba la petaca y un cigarro se fumaba
echaba los perros al monte y en un risco se sentaba.
Los perros que eran maestros y latiendo le decían
¡ahí lleva el conejo, afina la puntería¡.
El primero que llegaba, el conejo le cogía y en los pies se lo dejaba
y el acariciándolo le decía:
¡vámonos por el otro que es temprano todavía¡.
Cuando de lavar acababan, a casa se regresaban.
En el zurrón los conejos y la ropilla lavada.
Aquellas tardes serenas que de lejos se escuchaba
los cencerros del ganado que para casa regresaban
delante venían las parías
porque por la mañana habían dejado en el chivetín su crías.
Cuando la puerta se habría 200 chivos salían
ninguno igual berreaba
y sólo por el berrido su madre lo encontraba.
Los perros que con ellas venían
los calderos de tabefe lleno se le tenían
y un pan que cuando se amasaba del afrecho se le hacía,
perruna se le llamaba.
A todos los collares de pincho al cuello se le ponían
por si los lobos venían.
Cuando cantaban los ranos el día se nos marchaba
y las cabras se encerraban.
Los mochuelos en las encinas, con su “mío, mío” sonaban
y con sus ojos saltones,
atento por si pasaban lagartijas, cucarachas o ratones.
Los zorros, agachapados a las casas se acercaban
por ver si alguna gallina se ha quedado despistada.
¡ Ay, la noche que la puerta del gallinero de cerrar se olvidaba
para una que se comían,
cuantas después nos mataban¡.
La Abuela, en la chimenea tiene la olla colgada
con su cucharón en la mano y de cuando en cuando probaba.
El Abuelo, ya en la mesa, reparte las cucharas
y su cucharro de corcha
donde el cocido se echaba.
Todos juntos cenaban, se hablaba del ganado y también de cacería
y de cómo matar los conejos, para el guiso al otro día.
¡Eran los montes aquellos la despensa que los serranos tenían¡.
El Abuelo, cuantos cuentos nos contaba
cuantas historias sabía,
nos hablaba de las estrellas,
de aquellas que cuando de noche se andaba
de reloj le servía.
En el silencio de la noche cuando acostado se estaba
como sonaban los lobos
y aquel cantar de los búhos que a los chiquillos asustaban.
Cuando no querían comer las madres les decían:
¡ a que llamo al búho, y hasta los platos lamiaban !.
Cuando eran las tres, los gallos nos despertaban.
A las cuatro, en las cañales, las avefrías piaban.
A las cinco, el chachá de las zamallas.
A las seis, el canto de la perdiz
los cabreros que ya con las migas andaban, algunos día decían:
hoy, no canta la perdiz, tendrá las alas mojadas.
Y a las siete cantaban las cotolías;
teníamos que levantarnos, porque ya era de día.
Y con todo preparado, el ordeño se empezaba,
sonaban los calabozos de aquellos hombres caleros
que por el monte venían
para cocer las piedras, que en cal las convertían.
Sonaban las campanillas de los mulos de los leñeros,
que las jaras se llevaban para las panaderías.
Los burros de los cisqueros
ya rebuznaban en las umbrías.
El zumbido de las abejas,
cuando del corcho salían
en busca de tantas flores
que nuestra sierra tenía.
En los huertos, los naranjos, el melón, las sandias,…
con sus árboles frutales,
eran los huertos jardines,
como este fandango decía.
“Tengo en mi huerto un jardín,
que florece en primavera,
con un bonito jazmín,
con claveles y azucenas y rosas de pitiminí.”
Cuando las lluvias llegaban,
cuantas flores nos traían.
En todos esos barrancos, que nuestra en sierra bañan,
llevando al Curumbel sus abundantes claras aguas.
Todos llenos de madroñas, de cantuesos y de jara,
de brezo y aulagas, el tomillo, la retama, la mortiñera, y la acacia,
el alburto, las marinas, las billaderas y calquesas,
las orilleras,… y tantas que no me acuerdo de cómo se llamaban.
En todas ellas comían, y la miel al corcho llevaban.
En todos esos barracos que ya ustedes conocéis,
si para el Berrocal vais,
por la cuesta del carril,
atravesaréis la Ribera para pasar por el puente,
y a aquellas cristalinas aguas que por debajo de él pasan,
ya poco tiempo le quedan
para teñirlas, el rio Tinto las espera.
Las dos corren rio abajo,
con el Curumbel se encuentran,
y las tres le dicen adiós a las murallas de Niebla
para meterse en el mar por donde salió Colon,
en busca de nuevas tierras.
Cuando el verano llegaba
sus charcos llenos quedaban,
donde el ganado bebía y el jabalí se bañaba
y cuantos peces tenían.
Por donde quiera que se anduviera,
todo se divisaba.
En aquellos riscos blancos, donde estaba la torreta;
con su escalera de caracol para poder subir a ella,
que era el punto de mira
donde los soldados tenían
que colocar su bandera.
Hoy por donde quiera que se ande
caminamos despistados,
sólo se ven eucaliptos a uno y otro lado.
¡A donde estaban los ecologistas
en aquellos tiempos pasados,
que sólo por montar una fábrica,
nuestra sierra destrozaron¡.
Ya no se bebe en los huertos con el cucharro de corcha,
ni en aquellas hermosas fuentes que manaban en las umbrías,
donde los cazadores en aquellas claras aguas
antes de empezar la marcha su aguardiente se bebían.
Cuando ya se terminaba, en la casa de Pastor todos se reunían
y entre copita y copita la carne se repartía.
Nunca faltaba el fandango, ni el cante por bulerías.
Después de sesenta años, esto jamás se me olvida:
“Que me gustan las mañanas,
cuando estoy de cacería
y una copa de aguardiente,
en la fuente de la umbría,
con mi escopeta y mi gente”
“Que se llamaba Rosenda,
tuve yo una perra negra
que se llamaba Rosenda,
cuando mi perra latía el ciervo estaba en la puerta
y yo haciendo puntería”
Cuando estoy de cacería
o en busca de gurumelos,
cuantos recuerdos me traen aquellas casas caídas
donde mi familia vivió.
Cuando por ellas paséis,
pensad en lo que os he contado.
No le he puesto nada a lo bueno,
ni a lo malo, le he quitado.
Es la historia de la sierra CICLISTAS Y AFICIONADOS.
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